Pero la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir. (…)
En ella ineludiblemente se dibujan dos rúbricas: la autoridad de la aserción, la gregariedad de la repetición. (…)
A partir del momento en que enuncio algo, esas dos rúbricas se reúnen en mí, soy simultáneamente amo y esclavo (…)
En la lengua, pues, servilismo y poder se confunden ineluctablemente.
Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior: es un a puertas cerradas. Solo se puede salir de él al precio de lo imposible: por la singularidad mística, según la describió Kierkegaard (…); o también por el amén nietzscheano (…)
Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, solo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo: literatura.
Roland Barthes, Lección inaugural de la cátedra de Semiología Lingüística del Collège de France, pronunciada el 7 de enero de 1977.