Un hermoso sintagma y una de las más brillantes imágenes del enamoramiento resolutivo y eufórico, contra todos los obstáculos, ajeno a cualquier idea de sostenibilidad, cuya única salida posible -en una lógica poética y suicida- es “la marcha ebria hacia el mar” de los amantes.
Más, le pidió él. Marchar, los dos, contestó ella, y apoyó la cabeza en el hombro de su pareja que lentamente giraba. ¿Marchar adónde?, preguntó él. Lejos, suspiró ella. ¿Adonde nací?, preguntó él. Adonde él nació, sonrió ella, a una placentera visión. Está bien, hizo muy bien naciendo. ¿Cuándo nos vamos los dos?, preguntó. Esta mañana, dijo él, un avión sólo para los dos, y esta tarde en Cefalonia, usted y yo. Lo miraba ella parpadeante, miraba el milagro. Esta tarde, ella y él ante el mar, cogidos de la mano. Tomó aire, notó el mar y su olor a vida. Una marcha ebria hacia el mar, sonrió, dando vueltas, apoyada la cabeza en el refugio amado.
Albert Cohen, Bella del Señor, 1968.